El Covid-19 no existe

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Recordando las situaciones vividas durante la pandemia, hace ya 4 años.

Esos momentos difíciles que vivimos y sufrimos al lado de los seres que más amamos, la partida de los que no se pudieron librar de ese terrible mal que mantuvo al mundo en jaque.

Cientos de miles de muertos por todas las ciudades, continentes, estados y poblados, era el fin de la humanidad, pensaron muchos, es el castigo divino por nuestros pecados, pensaron otros.

Y yo, sigo recordando esos insufribles momentos llenos de inquietud, sicosis y desesperación:

Ya no sé ni que pensar, no sé qué me conmueve más, si la incredulidad de la gente o la gran devoción que sienten cuando en sus pobres mentes se anida una idea.

Existen muchas personas que no creen en Dios, por tal motivo se les ha llamado ateos y una vez clasificados de esa manera, los demás ya ni siquiera se interesan en hablarles de las bondades del creador.

Y la base que tienen para no creer la reducen a dos expresiones, “¿Dónde está? ¿No lo veo?”, lo cual puede fundamentarse en las palabras del Apóstol Tomas, a quién se le atribuye la frase: hasta no ver no creer, la cual se deriva de sus palabras, según la biblia, Juan 20: 24-29 y que dicen así:

Aunque a Tomás se le anuncia la Resurrección de Jesús, se niega a admitirla: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y meto mi dedo en el lugar de los clavos, y meto mi mano en su costado, no creeré.” Ocho días después, Tomás toca con sus propias manos las heridas de Jesús en las manos y en su costado. Jesús le recrimina haber necesitado ver para creer.

De ahí que este, es el más conocido de todos los episodios evangélicos relacionados con el apóstol Tomás.

Y con base a lo anterior, podemos decir que no se puede creer en la inteligencia, no la vemos, tampoco podemos creer en los olores, no los vemos, mucho menos podemos creer en el odio, o en el amor, o en la lealtad, o en la sinceridad, nada de eso vemos, ya que en cambio vemos actitudes engañosas, como el que odia, agrede, el que dice amar busca, ruega y suplica, el que se dice leal, trata de demostrarlo y muchas veces sin ser sincero.

Todo esto nos llevaría a no creer en nada, ya que no todo lo podemos ver para poder creer.

Y entonces: ¿Por qué creen en las promesas y en las mentiras de un tipo que se ha pasado 18 años engañándolos? Y lo peor de todo, es que lo defienden con encono, como si ya estuvieran viviendo la realidad de sus dichos y palabras.

En fin, todo esto viene a colación ya que como decía al principio, ya no sé ni que pensar, de las personas que conozco y con las que en ocasiones tenemos trato y convivencia.

No me es posible creer que personas educadas, a quienes considero inteligentes y capaces, crean que su presidente tiene toda la razón y lo defiendan más que los mismos chairos.

Y por lo mismo, no me es posible creer en que estas mismas personas, educadas, preparadas, que conviven día con día con noticias que producen diversas sensaciones, aunque que nos muestran la cruda realidad de lo que vivimos día con día en el país, puedan decir que: “El covid-19 no existe” y algunas otras van más allá y aseguran: “No me voy a vacunar porque todo es un plan del gobierno para implantarnos un microchip que les permita controlarnos”

¿Qué les pasa? ¿Y estas personas conviven conmigo y son cercanas a mí? No lo puedo creer, aunque lo estoy viendo, y en cuanto a lo del microchip, seguramente ha de ser en partes porque si ya van dos dosis y a algunos les están aplicando la tercera, pinche chip ha de ser más grande que el de un celular.

En fin, que todo esto me lleno de confusión, cuando hace unos días, me dieron la fatal noticia de que uno de mis amigos había muerto por covid-19, por lo que no se le iba a celebrar un velorio como tal y no se podía asistir al panteón para acompañarlo en su último viaje.

Cuando me lo comunicaron, no comenté nada, ya que no me sentía capaz de gritar a los cuatro vientos algo que me estaba picando la lengua:

—No creías… y te cargó la chingada… ahora, ya no puedes creer y si lo haces, ya no importa.

Este amigo, compañero y ser humano, murió por su estupidez, ya que jamás utilizó el cubrebocas, ya que según decía, era seguirle la corriente al régimen, no creía en las vacunas, si el covid-19 no existía, ¿contra qué se vacunaba?

No guardó la sana distancia, se metía entre las aglomeraciones para conseguir lo que buscaba, se lavaba las manos de manera habitual, no con la frecuencia que la actual pandemia nos señala, saludaba de mano y se molestaba si le extendías el puño o el codo.

¿Cómo se contagió? Si bien nadie lo puede decir con certeza, muy seguro es que haya sido en alguno de los saludos que daba, o en las aglomeraciones en las que se involucraba.

¿Cuántos días estuvo enfermo? Lo que pude averiguar fue que, cuando comenzó a sentirse mal, pensó que se trataba de una simple gripe, se automedico, como era su costumbre, la enfermedad se agravó y cuando ya casi no podía respirar lo llevaron con urgencia al hospital.

Para su fortuna, había camas vacías, le asignaron un respirador mecánico y cinco días después, murió, su familia ya no lo pudo ver desde el momento en que ingresó al hospital.

En su familia, uno de sus hijos, el menor de ellos, de 18 años, estudiante de preparatoria, que aún yendo en contra de su padre, si usaba cubrebocas y si seguía las medidas sanitarias, se contagió por su padre, afortunadamente él se encuentra bien, sus síntomas no fueron tan graves.

Su esposa, no se contagió, aunque le pidieron guardar aislamiento por unos días, sus dos hijos mayores, debido a sus ocupaciones fuera de casa, tampoco resultaron contagiados.

Y aunque es desconcertante y triste, enfrentar la noticia de que un compañero murió, les doy mi palabra que me gustaría tenerlo sólo unos cuantos minutos frente a mí para decirle:

—No creías y te cargo la fregada… y por no creer, estuviste a punto de llevarte entre las patas a tu hijo, que no tiene ninguna culpa de tus creencias o tu mente cerrada.

¿Qué te costaba? Aunque no creyeras en el virus, seguir con las medidas sanitarias, vacunarte, en fin, cuidar a los demás, ya que tu vida poco te importó que la expusiste a lo pendejo.

¿Qué te costaba? No difundir tus erróneas creencias, dejar que los demás decidieran por si solos y no llenarles la cabeza de ideas disparatadas que al final te pasaron la factura y se cobraron con tu vida para demostrarte una verdad clara y concisa.

Y eso es lo que me gustaría decirles, si pudieran entender, a los chairos y fanáticos que aún creen en las tonterías que les dice su falso mesías, que no piensen en ellos, que piensen en el país que le están dejando a sus hijos, en el daño que les ocasionan con su fanatismo.

Sólo que eso es peor que querer decírselo a mi amigo y compañero, tal vez él, que ya murió pudiera comprender su equivocación, pero todos estos fanáticos obsesivos, ni aún con todo lo que están viviendo y viendo día con día, pueden aceptar que se equivocan.

¿Y tú… creíste o no en la existencia de ese mortal virus llamado Covid-19?

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