El valor del “cuídate”

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Sé, que el valor del “cuídate” más grande que puede existir, es el de la madre, cuando, a cualquier edad, tienes que emprender alguna labor fuera de casa, y tu madre te dice, con todo su cariño y toda su angustia, porque ya no vas a estar cerca de ella para que te proteja, “cuídate”.

Algunas madres acompañan esa simple palabra con una bendición, otras, murmuran en silencio encomendándote a todos los santos del cielo y muchas más, sienten que se les empañan las lágrimas al ver que te alejas y no dejan de observarte hasta que te pierdes de vista.

No importa la edad que tengas, la profesión que realices, lo bueno o malo que seas como persona, simplemente, su amor de madre, las motiva a decirte: “cuídate”.

Y con eso quieren decir: no me gustaría que nada te pasara, porque te amo y si algo te llegara a suceder, no sé que es lo que iba a hacer.

Y poco a poco, la palabra “cuídate” se hace acompañar de otra palabra “mucho”, y es frecuente que las escuchemos o las utilicemos, sabiendo lo profundo que puede llegar a ser ese dúo de palabras que nos salen del alma.

A lo largo de muchos años, esas dos palabras han sido mis compañeras habituales, las escuchaba de niño, cuando me iba a la escuela, de joven, de adulto y ahora, en la vejez, son indispensables y provienen de un sinfín de personas que me estiman, que me aprecian y que desean verme sano.

Cuando yo nací, la pandemia entre los niños, era la poliomielitis, la vacuna contra esta terrible enfermedad, que paralizaba las piernas de los contagiados por ese virus, fue la primera forma que mi madre tuvo para decirme: “cuídate mucho”, tanto como te cuido yo.

Tenía muy pocos años de edad, casi ni recuerdo bien, aunque fui testigo del primer temblor intenso en la ciudad de México, ese que tumbó el ángel de la independencia, allá por 1957.

Mi abuela, me despertó en la madrugada y me hizo arrodillarme junto a la cama para ponerme a rezar, era la primera vez que el país se estremecía de esa manera tan intensa y causaba tales estragos, en personas, edificios y monumentos.

Para 1968, acudía a la escuela vocacional, la 5, allá por Ciudadela, fue entonces cuando vino otro desastre, aunque no fue natural, y comenzó una sangrienta persecución en contra de los estudiantes, por parte de los entonces granaderos.

Se decía que ser estudiante era peor que ser delincuente, en ese tiempo, ya que la saña con la que esos infelices nos trataban, era más cruel y despiadada, que con la que trataban a los delincuentes.

Ahí comenzaron los “cuídate mucho”, de mi madre, que siempre se preocupó por mí.

Fue entonces, cuando una tarde, por motivos del movimiento estudiantil, que un granadero me amagó con su fusil, ese que cargaban en todo momento, y cortó cartucho, sin importarle que otros compañeros estuvieran viendo toda la acción.

¿Por qué no disparó? No lo sé, como tampoco sé porque, unos años después, un agente de la DIPD, que me amagó con una pistola escuadra, una tarde en que hacía la investigación para un reportaje sobre los arreglos de los rateros con los Dipos, tampoco me disparó, ambos me mandaron a chingar a mi madre y ya.

Y como remache, por el mismo motivo, una investigación sobre la corrupción, provocó que un uniformado, me disparara en Xochimilco, mientras yo trataba de alejarme de él, las dos balas que percutió, pararon zumbando cerca de mi cabeza.

Ya no me cabía la menor duda que esos “cuídate mucho”, que mi madre me decía cada vez que salía de la casa, me acompañaban y me protegían.

Así llegué hasta 1985, y conducía yo un viejo Chevy, llevando a mi madre y a una de mis hermanas a sus labores cotidianas, cuando en Calzada de Tlalpan y División del Norte, el carro comenzó a balancearse de un lado para el otro de forma notable, tanto, que mi madre me dijo que no estuviera jugando con los pedales.

Le señalé una pipa de gas que se encontraba a un lado de nosotros y con fascinación la vimos bailar de un lado al otro, como si la meciera el viento.

Pocos minutos después, comenzamos a escuchar las noticias y todos los estragos producidos por el terremoto en nuestra ciudad, lo que ocasionó, que, a partir de ese día, se multiplicaran los “cuídate mucho”, cada vez que yo tenía que salir de casa.

 “Cuídate Mucho”, palabras tan comunes y frecuentes, que no les prestamos la atención que se merecen y mucho menos analizamos todo lo que encierran…

Fue hacia 1991, cuando por errores de cálculo y de precisión, caí de una altura de 7.5 metros de altura, lo sorprendente fue que no me rompí ni un solo hueso, gracias a Dios, aunque las secuelas del golpe, persisten hasta estos días.

Las broncas no se detienen, para nadie, todos tenemos que vivirlas de una manera o de otra, sin saber cuándo ni cómo nos va a llegar la bronca final, el encuentro que tendremos con la muerte.

Y, aun así, llegamos al 2017, otro intenso movimiento de tierra, recuerdo bien que salía de las oficinas de la empresa de Multimedios para la que laboraba, cuando al caminar por Paseo de la Reforma, sentí una especie de mareo, vi que las personas corrían asustadas.

Recién habían terminado los simulacros para conmemorar un aniversario más del terremoto de 1985 y ahora, se estaba viviendo otro, igual de intenso y de prolongado.

Así que había que esperar a lo que viniera, los resultados, la gran mayoría los recuerda, lo peor de todo, es que ambos terremotos dejaron heridas profundas en las mentes del colectivo, ya que ahora, en cuanto escuchan la alarma sísmica, sienten que se va a acabar el mundo.

Lo peor de todo, es que las personas mayores, las personas que deberían ser sensatas, gente que nació después de 1985, vive en la histeria, en el terror a los temblores y es lo mismo que les está contagiando a sus hijos, lejos de afrontar los hechos, que un desastre natural no tiene defensa alguna, creen que gritando y comportándose de manera alocada, van a lograr algo.

Finalmente, al llegar a finales del año 2018, cuando el presidente toma posesión, una gran opresión me llegó al pecho, algo me decía que una gran catástrofe se acercaba y no me equivoqué, no sólo por los grandes errores que el mandatario ha cometido, sino por los cientos de mentiras y engaños con los que se comporta día con día, defendiendo lo indefendible, mintiendo sobre lo que dijo en el pasado y contradice ahora.

Y por si eso fuera poco, hasta la naturaleza nos castiga por haber sido tan imbéciles de elegir a ese ser detestable como presidente y nos ataca, en el 2019, con un virus mortal.

Para el 2020, ahora los “cuídate mucho”, no sólo aumentan, sino que provienen de mis hijos, de mis hermanos y hermanas, de mis nietos, de mis amigos, de toda la gente que me conoce y sabe que me encuentro entre la población de alto riesgo.

Estamos en el 2024 y el peligro persiste, los “cuídate mucho”, resuenan en mis oídos a cualquier hora, mis fuerzas y mis reflejos ya no son los mismos, aunque mi voluntad por seguir adelante, se mantiene firme, determinante, con la gran esperanza de que, “un pinche virus”, no venga a terminar con una vida que supo luchar y salir adelante.

Así me lo dijo un buen compañero, una tarde en que acudía a ponerse el refuerzo, la tercera dosis de la vacuna anti covid-19, al despedirnos, no pude evitar decirle: “cuídate mucho”.

Él, sonriendo con benevolencia me respondió: “tú también”

¿Y tú… te cuidas bien y mucho?

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