La honra se lava con sangre
Actuar sin reflexionar, nos puede llevar a cometer errores lamentables, que no siempre tienen fácil solución… se piensa, se confirma y se actúa, esa es la temática
Para todo mexicano que se respete, el honor personal, está primero que otra cosa, es por eso que no se puede tolerar que la esposa, la novia, vamos, incluso la amante, pueda tener otra pareja que no seamos nosotros, o arde Roma.
Tal vez podamos aceptar que la amante, viva con su marido y llegamos a creer que no hace nada con él, salvo dormir, al menos nos halaga que nos lo diga y que nos muestre que en verdad le interesamos, ah, pero la esposa, ese es otro cantar, ella no puede ni voltear a ver a nadie o chiquita no se la acaba.
Bueno, se la acaba cada vez que nos ponemos “cariñosos”, por chiquita que sea, siempre y cuando sea la nuestra, porque si no fuera así, entonces hay que lavar con sangre la deshonra, salvo con aquellos a los que les gusta que su mujer les ponga los cuernos y no sólo lo aceptan, sino que además lo disfrutan, ya sea cuando ella se los cuenta o cuando ellos pueden verlo.
Con excepción de estos personajes, que por fortuna son muy pocos, el resto de los mexicanos no estamos dispuestos a compartir a nuestra “tortita” con nadie, menos aún si es a nuestras espaldas, ya que cuando nos enteramos, enfurecemos, bufamos y somos capaces hasta de matar.
Nuestra mente se cierra y el coraje que nos invade, nos lleva a actuar de forma precipitada, con todo ese odio que sentimos, y no sólo hacia el tipo infeliz ese que se atreve a ponernos los cuernos, sino en contra de esa mujer a la que creemos inmaculada.
Bueno, pues precisamente eso fue lo que me sucedió la semana pasada, para entrar en contexto les contaré, venía yo de haber realizado unas gestiones por parte de mi trabajo, por fortuna, había terminado pronto y esperaba volver a mi casa como tres horas antes de lo previsto.
Me dirigía a mi domicilio, feliz de la vida porque todo me sonreía, estaba tan contento que detuve un taxi, lo abordé, me relajé en el asiento y me dispuse a disfrutar del viaje por entre las calles de la gran ciudad, contaminada, pintarrajeada, mancillada, llena de animales de todo tipo, pero es nuestra gran ciudad, le pese a quién le pesé.
En esas estaba yo cuando de pronto, vi algo que me llamó la atención, una hermosa y coqueta mujer, caminando por una calle a la derecha de donde iba el taxi, vestida con una minifalda de color negro que, no sólo le permitía lucir esos hermosos y bien torneados muslos, sino que se adhería a ellos como si fuera un hermoso tatuaje, cintura estrecha que se bamboleaba a cada paso que ella daba, espalda estrecha, cabellera larga hasta media espalda.
Y unas caderas, que invitaban a soñar los más pecaminosos sueños que uno pueda tener, aquella mujer sí que destilaba sensualidad, pude darme cuenta que la mayoría de los hombres que se cruzaban por su camino volteaban a ver ese delicioso caminar, ese vaivén de sus caderas.
Fue entonces cuando pensé “ese rico trasero yo lo conozco”, la mujer dio vuelta a la derecha de la calle y entonces le pedí al chofer que diera vuelta, sólo que ya no pudo hacerlo, así que le pagué presuroso, sintiendo que el corazón me bombeaba más rápido, un presentimiento se había anidado en mi mente y tenía que corroborarlo.
Baje del taxi y corriendo fui tras la mujer, ella seguía con su rítmico y sensual caminar, como si no existiera nadie más en la calle, como si el mundo le perteneciera, yo dejé de correr y seguí caminando tras de ella, a pocos metros, sintiendo que la adrenalina me llenaba el cuerpo.
Por el vidrio de uno de los aparadores por los que ella pasaba, pude ver que sus pechos también tenían buen volumen y se mantenían erguidos, firmes, retadores, sin que el caminar de ella los alterara mucho, si acabado un suave bamboleo.
La adrenalina seguía bombeando en mi ser, las emociones se disparaban, no podía estar seguro, aunque si me sentía excitado por el momento que vivía, los nervios se convirtieron en tensión y mis sentidos se mantenían alertas para cualquier situación.
De pronto, ella detuvo su cadencioso caminar frente a un hombre, unos años menor que yo, atlético, moreno, de buen ver, que sonriente la abrazó y la besó en los labios con toda esa pasión que sentía por ella, la mujer le correspondió con plenitud y pude ver con toda claridad que la mano de él, descendía por la espalda de ella hasta apretar una de sus nalgas.
Por un momento me sentí mareado, la adrenalina había convertido mi emoción en coraje, en una ira destructiva que me impulsaba a ir por esa pareja y encararlos con toda la fuerza de mis sentimientos, cada vez me había convencido más que aquella mujer era ¡mi esposa!
El hombre se separó de ella y tomándola por la cintura, la encaminó hacia la entrada de un hotel de paso, la mano de él, se deslizó por la cintura y sujeto a la nalga de ella siguieron caminando, fue entonces cuando ya no me pude contener y me lancé sobre de ellos dispuesto a lavar mi deshonra con sangre, con la sangre de ese infeliz que me convertía en cornudo.
Llegué hasta ellos y antes de que ingresaran al hotel, jalé al hombre por el brazo con el que abrazaba a mi mujer, para que quitara su sucia garra de aquel trasero que me pertenecía por derecho desde hacía tres años.
Con el jalón, lo hice volverse y al tiempo que le gritaba “hijo de tu desgraciada…” moles, que le suelto un descontón, apenas y lo moví, el hombre reaccionó rápido y sin decir, ni preguntar nada, me tiró un derechazo que me dio de lleno entre ceja, madre y oreja.
La verdad es que ese golpe me atontó, más de lo que normalmente soy, me hizo trastabillar y cuando vi que venía sobre de mí para rematar su obra, nos trenzamos en un intercambio de puñetazos, jalones de pelo, mentadas de madre, empujones, rodillazos, patadas y todo lo que está y no está permitido en un pleito callejero.
La gente comenzó a hacernos bola, unos lo apoyaban a él pidiéndole que me la partiera, otros, me incitaban a que le diera una madrina de esas que no se olvidan, total que aquello se volvió un desgarriate, mientras el tipo y yo, seguíamos tirando golpes a donde cayeran, al mismo tiempo que recibíamos los mismos que lanzábamos
Fue hasta que llegó una pareja de policías y nos separó, yo estaba sangrando de nariz y boca, tenía un fuerte golpe en uno de los ojos, él también sangraba, aunque fuera sólo por la nariz, ambos jadeábamos furiosos, tratábamos de seguir con la contienda, pero los policías nos detenían con firmeza y no nos permitieron seguir el pleito.
Entonces nos preguntaron el motivo de tal desaguisado:
—Este buey, que llegó de pronto y de descontó… yo ni lo conozco —dijo el tipo.
—No me conoce, pero se anda clavando a mi vieja… —dije furioso.
—¿¡Qué!? —oí la voz de la mujer que se acercó a mí— ¡estúpido! Yo no soy casada y no lo conozco
Y moles, que me suelta un pinche cachetadón que hasta me hizo ver estrellitas.
Y era verdad, yo a la mujer ni siquiera la conocía, se parecía mucho a mi esposa, aunque ya de cerquitas, no era ella, ¡que cajeteada había tenido!
Total que, una vez aclarado el asunto, nos amonestaron y nos dejaron ir, ellos se metieron al hotel, de seguro para que ella lo premiara por su actitud de “macho” y yo, me tuve que ir con el rabo entre las patas, con la vergüenza de haberla regado y con la conciencia culpable de haber pensado mal de mi mujercita.
Cuando llegué a la casa, ella estaba ahí, como siempre, inmersa en sus labores, al verla confirmé, que el parecido entre ellas era notable, por eso la había regado.
Claro que tuve que aventarle un cuento de aquellos, le dije que me habían querido asaltar tres monos y que por defenderme me dieron una madriza, ella, con todo su amor y todo su cariño me curó lo mejor que pudo mientras me regañaba por no haberles dado lo que me pedían, lo cual me hubiera evitado aquellos golpes.
—¿Qué tal si hubieran estado armados y te lastiman peor? —me dijo preocupada— y todo por no saber controlarte…
—“Si supieras” —pensé y me relajé en sus manos.
¿Y tú… confirmas los hechos o actúa bajo sospechas