Lo que no puede ser

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Enrique Ramos, a sus 25 años, no había conseguido grandes cosas para su vida, primero, tuvo que dejar los estudios por su mala cabeza, simplemente no le gustaba estudiar, le atraía más el desmadre y el cotorreo con los cuates, de los que tenía muchos.

Con trabajos terminó la secundaria y en el Colegio de Bachilleres al que fue asignado, estuvo un par de semestres hasta que se cansó y comenzó a dejar de ir, sus padres, ambos trabajadores de tiempo completo, lo reprendían y le aconsejaban sobre lo difícil que era la vida para una persona sin preparación.

Para Enrique, aquello no eran sino palabras vacías que se las lleva al viento, ya que él estaba convencido que, de una manera o de otra, lograría triunfar en la vida, al fin y al cabo, había muchos diputados que ni la primaria habían terminado, ¿por qué él no lo conseguiría si era muy inteligente?

A los 20 años, atraído por unos “cuates” del barrio, se afilió a un partido político que parecía ser el próximo triunfador en todos los aspectos, y entonces comenzó a repartir propaganda, a recorrer los barrios de la ciudad haciendo campaña para el partido, no le pagaban un sueldo, aunque el dinero que le daban le servía para irla pasando, además que, por lo general, comía con quien lo invitara.

Defendía los colores de su partido como si fuera lo máximo, veía triunfar a los candidatos que apoyaba e incluso iba a los discursos y mítines, formaba parte del grupo de apoyo, del brazo duro, le entraba a los golpes cuando era necesario y no le importaba a quién tuviera que golpear, ya que eran órdenes que recibía.

Todo marchaba bien, ya era parte de un grupo, el cual dirigía un personaje que seguramente pronto estaría entre los favoritos de los líderes y, según escuchaba, habría buenos trabajos para todos y oportunidades para triunfar y superarse, justo lo que él quería.

Ya habían pasado varios años, así que muchos lo conocían y él se sentía importante ya que se rozaba con personajes que salían en las primeras planas de los diarios, muy pronto, soñaba, su nombre estaría en los diarios y entonces sí, les demostraría a sus padres de lo que había sido capaz.

Por desgracia, sus sueños guajiros se quedaron en el limbo de las ilusiones, de las fantasías, el líder al que seguía de manera fiel, tuvo problemas con los dirigentes del partido y terminó por cambiar de colores, de política y sobre todo, de los grandes ideales que motivaban a sus seguidores.

Así que, de la noche a la mañana, Enrique y todos sus conocidos del grupo, se quedaron sin trabajo, ya no tenían quién los guiara, ya no había aspiraciones, algunos, los más relacionados, cambiaron de candidato y se unieron a otros grupos, él, por más que lo intentó, no consiguió nada.

Fue entonces cuando decidió que tenía que hacer algo para ganar dinero, después de todo, ya habría tiempos mejores, por lo menos así se lo habían ofrecido sus conocidos del partido, sólo tenía que aguantar a que llegaran los cambios y comenzaran las nuevas elecciones.

Con el poco dinero que había ahorrado, dio el enganche de una motocicleta, una Z-250, la cual pagaría con abonos semanales y se lanzó a una nueva aventura, “se gana bien, se trabaja poco y te diviertes mucho”, le había dicho uno de sus amigos que trabajaba para tres aplicaciones de reparto de comida.

Decidido a ganarse todo ese dinero “fácil”, descargó las aplicaciones y se dio de alta en tres, “al menos para comenzar”, pensó, y entonces comenzó a repartir los alimentos que los usuarios solicitaban a diversos restaurantes, trató de aplicarse para tomar muchos pedidos.

Aunque no fue mucho lo que ganó en una semana, era más de lo que no podía ganar perdiendo el tiempo en el partido, así que eso lo motivo y muy pronto le agarró el chiste al reparto de comida.

Sus ingresos aumentaron y los pagos por la moto no fueron problema, además se quedaba con una buena cantidad con la que comenzó a ayudar a los gastos de su casa, para beneplácito de sus padres.

Se hizo novio de una muchacha que conocía del barrio y todo en su vida era estupendo, ganaba dinero, andaba por toda la ciudad y tenía una novia a la que amaba y sentía que ella le correspondía.

Ya estaba por terminar de pagar su motocicleta y en su mente comenzaron las fantasías y los sueños, en cuanto terminara de pagarla, sacaría otra a pagos, la daría a trabajar y entonces sus ingresos aumentarían, también daría de alta otras cuentas en los servicios de reparto para rentarlas.

En fin, que ya se veía como todo un empresario, con varias motos suyas y repartidores que pagarían por utilizarlas, lo mismo que las cuentas que tuviera para ese fin.

Hasta que una tarde, en que recibió un servicio de recoger y entregar dinero, primero, tenía que ir al banco, utilizar la tarjeta que le habían dado para tal fin, sacar la cantidad señalada y luego llevarla al domicilio indicado, algo que ya había hecho en otras ocasiones y que sabía, estaba bien pagado.

Así que llegó al banco y mientras esperaba el momento de ingresar al cajero, vio que un hombre, de la tercera edad, sacaba una fuerte cantidad del cajero, al ver los billetes en las manos de aquel señor, sus ojos se abrieron al máximo, y se sintió tentado, “sería tan fácil atracarlo”, pensó al ver que estaba por salir.

Por unos segundos estuvo luchando consigo mismo, hasta que al ver que el hombre avanzaba por una calle solitaria, no lo dudó y se lanzó tras de él, lo alcanzó, le dio un descontón y lo aventó contra la pared, con rapidez y precisión, lo esculcó y le sacó todo lo que llevaba, incluido un celular de buena marca.

El hombre, no pudo hacer mucho para defenderse, así que cuando vio que Enrique corría hacia su moto, comenzó a gritar desaforado para que lo ayudaran y detuvieran al ladrón.

Al escucharlo, Ramos, comenzó a correr con más fuerza, llegó a su moto y se montó en ella, la puso en marcha y sin voltear arrancó, casi hizo un “caballito” por el arrancón, se metió en una calle y pudo ver que una patrulla llegaba hasta donde estaba el hombre.

Sabía que tenía que escapar de los policías, no podían atraparlo cuando todo le había salido tan bien, así que no lo dudó y jaló el acelerador, con habilidad y destreza, comenzó a avanzar por la avenida.

La patrulla, con las luces encendidas y las sirenas abiertas, iba tras de él, dispuestos a detenerlo por el delito que había cometido, Enrique, no pudo evitar reírse de ellos al pensar que pronto los dejaría atrás.

Aumentó la velocidad y comenzó a serpentear entre los autos, no respetó ni los dos semáforos que se pusieron en rojo antes de qué el pudiera cruzar, todo iba bien y la adrenalina que sentía en el cuerpo lo hacían sentirse todo un triunfador, ya faltaba poco para dar vuelta en una esquina y luego perderse de sus seguidores.

Sin aminorar la marcha, dio la vuelta en una de las calles de aquel barrio, casi derrapándose, se enderezó y dio otra vuelta en una calle que conocía bien, sabía que llegando a la siguiente esquina ya jamás lo volverían a ver.

Fue exactamente en ese lugar, en donde al dar la vuelta, sin disminuir la velocidad y sin contar con el pesado camión de carga que se encontraba estacionado a media calle, se estrelló contra la parte trasera del mismo.

El impacto fue brutal, el cuerpo de Enrique, salió catapultado hacia el frente y su cabeza de clavó entre dos de las redilas que rodeaban la caja del pesado camión de carga.

La muerte fue inmediata, la moto quedó destrozada y los sueños e ilusiones de Enrique Ramos, se esfumaron con su partida, al final, no pudo escapar de su destino de perdedor, un destino que acecha a muchos que piensan que la vida les debe y que tiene que pagarles.

¿Y usted… Sus sueños e ilusiones son acordes con su realidad?

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